Época: Guerras Israel
Inicio: Año 1900
Fin: Año 2004

Siguientes:
La piel del oso
Los ingleses juegan y ganan
La decepción de Wilson
Menos tierra y más petróleo
El petróleo no se toca
Doctrina para todo



Comentario

Lord Harcourt, encargado de los asuntos coloniales del Reino Unido, le decía a comienzos de 1915 a su primer ministro, Herbert Henry Asquith: "Sería desafortunado que Francia se convirtiera en guardián de los Santos Lugares, que yo desearía ver en manos británicas". En aquellos momentos, se libraban algunas de las batallas más terribles de la Gran Guerra: en el frente occidental fracasaban las ofensivas francesas en Champaña; en el occidental, los alemanes echaban a los rusos de Polonia; Italia chocaba con los austriacos en el río Isonzo; los británicos fracasaron en los Dardanelos y se atascaron en Gallípoli. El ejército anglo-indio del general Townshend capitulaba en Mesopotamia... Este revés era especialmente grave para Gran Bretaña, pues el mar Rojo quedaba a merced de los turcos, cuyas tropas dominaban parte del Sinaí y trataban de penetrar en Egipto.
La situación era altamente inquietante y no sólo por los problemas militares. La progresiva presión occidental sobre las provincias árabes del Imperio Otomano era palpable desde finales del siglo XIX, ante la manifiesta incapacidad de la Sublime Puerta por controlarlas. La influencia francesa era incontestable en Siria, gracias a su presencia en Monte Líbano, impuesta medio siglo antes por Napoleón III. Los ingleses, dominadores de Egipto desde 1882, disponían de acuerdos con poderes locales más o menos emancipados de Turquía, por ejemplo con Kuwait: Londres y el emir Mubarak al-Sabah, habían firmado, en 1899, un acuerdo por el que, a cambio de protección contra los turcos, el emirato hacía concesiones portuarias, comerciales y políticas a Gran Bretaña, convirtiéndose, de hecho, en un protectorado.

Una de las expectativas otomanas al entrar en guerra junto a los Imperios Centrales era terminar con esa penetración extranjera. Para ello trataron de aniquilar la efervescencia nacionalista y a las minorías pro-occidentales. Millares de cristianos, armenios, kurdos y nacionalistas fueron perseguidos, deportados o asesinados y, a la vez, para segar la hierba bajo las botas de Inglaterra y Francia, sus muftis declararon la Yihad contra los invasores de las tierras del Islam. Ambas potencias se vieron amenazadas en Marruecos, Argelia, Túnez y la India por una creciente hostilidad islámica.